Ella no ha dejado de ejercer durante toda la historia esa maternidad espiritual, bajo la que se recogen las funciones de corredentora, abogada e intercesora de sus hijos. Pero corresponde ahora a la Iglesia acoger totalmente esa maternidad espiritual de María (tal como la acogió Juan), proclamando dogmáticamente la verdad de la misma. Hasta que el hijo espiritual (la Iglesia) no proclame plenamente esta verdad, no permitirá que María desarrolle en todo su esplendor su maternidad para con la Iglesia y con la humanidad.
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